¡Juicio y castigo a mis proxenetas!

Javiera R. Sarraz, Sobreviviente de prostitución

A los medios de comunicación, y a las trabajadoras y trabajadores que luchan contra la violencia hacia las mujeres

Los miembros de la organización Grupos de Acción Popular (GAP), Miguel Bautista Pavez Hidalgo, y Paulina Emilia Carrasco Arcos, me obligaron a prostituirme en distintas ciudades chilenas entre los años 2014 y 2017, bajo el ‘argumento’ de financiar al GAP y bajo amenaza de hacerme daño a mí y a mis seres queridos por “traicionar a las necesidades del partido”. Yo me encontraba desempleada, sin vivienda propia y atravesando una depresión.

Y durante el tiempo en que fui prostituida, Pavez y Carrasco me agredieron física y psicológicamente de manera sistemática, y se quedaban con el dinero que provenía de mi explotación sexual. También prostituyeron a otras mujeres


Pavez, en particular, también abusó sexualmente de mí.


Yo me acerqué como colaboradora de un taller de niños del GAP a los 15 años durante el 2008 en una población de Santiago de Chile; y a los 16 años, aún siendo una estudiante secundaria, comencé a militar con ellos. Los necesarios espacios de organización política de cientos de pobladores y pobladoras, Pavez y Carrasco los transformaron en una red de captación de mujeres jóvenes para alejarlas de sus familias y prostituirlas.

¿Pero adónde somos llevadas las mujeres que hemos sido manipuladas y captadas por proxenetas como Pavez o Carrasco?


Somos llevadas a la vista de todos ustedes, a los prostíbulos legales con patentes de ‘cabaret’. Ahí son llevadas cientos de mujeres para explotarlas sexualmente. En ese lugar están. Ahí estuve.

En los prostíbulos, los proxenetas y consumidores de prostitución ejercieron distintos niveles de violencia y explotación sexual contra mí. Cada movimiento mío al interior de estos prostíbulos tenía su propia tarifa, y los dueños de estos recintos se quedaban con un porcentaje mayoritario de lo que pagaba cada consumidor por violentarme sexualmente.

¿Se acuerdan de cuándo los dueños de las salitreras les pagaban a los mineros en fichas en lugar de dinero a finales del siglo XIX? Estos prostíbulos ‘me pagaban’ en pulseras.


Cada pulsera que conseguía, representaba en el 2014 cinco mil pesos chilenos. Las pulseras debía guardarlas durante toda la semana para cambiarlas por plata el día domingo con la cajera del prostíbulo. Más de una vez me robaron las pulseras de mi mochila y me quedé sin cobrar un solo peso.

La política de los prostíbulos era que todas nos emborracháramos


¿Cómo conseguía las pulseras? Si un varón consumidor de prostitución quería charlar conmigo, debía ‘invitarme’ a tomar una copa o botella de alcohol. Durante mucho tiempo estuve obligada a tomar alcohol y no me permitían llenar las copas con gaseosa o agua. La política de los prostíbulos era que todas nos emborracháramos para actuar más deshinibidas. Por cada copa a la que era ‘invitada’ a beber, el consumidor pagaba un precio al prostíbulo del que yo luego cobraba un porcentaje menor. Ese porcentaje continuó achicándose porque para poder tomar agua y no alcohol, debía pagarles una coima a los garzones y barmans que se encargaban de los tragos.


También había una tarifa especial para aquel consumidor que quería verme bailar y hacer toples en privado. Pero naturalmente, el principal negocio de los proxenetas se encontraba en el porcentaje que se quedaban por los ‘privados’ o ‘salidas’, es decir, por el sexo que teníamos las mujeres con los consumidores de prostitución.


‘El privado’ era el porcentaje de pago que yo recibía por tener sexo en las habitaciones del prostíbulo. Mientras que ‘la salida’ era el porcentaje pago que recibía por salir del prostíbulo con el consumidor y tener sexo adónde él quisiera llevarme (su casa, un hotel, su auto, etc).

La plata de los ‘privados’ y las ‘salidas’ siempre eran pagadas directamente a los proxenetas.

Mientras que yo sólo me quedaba con las pulseras equivalentes al porcentaje para cobrarlas al domingo siguiente.
En los ‘privados’ y las ‘salidas’ me ocurrió todo aquello de lo que es capaz alguien alienado que anula la humanidad de otro con el fin de su propio goce: insultos; golpes; ahorcamiento; intento de no usar preservativo; e incluso tener que salir corriendo porque querían obligarme a consumir alguna droga. Vi algunas compañeras llorar porque debido a lo alcoholizadas que estaban, quedaban inconcientes dentro de los privados y eran sometidas a actos sexuales que superaban la violencia más ‘común’.

El alcohol y las drogas eran para muchas compañeras de los prostíbulos una manera de escapar mentalmente del sexo que no es realmente consentido, porque surge de la necesidad de tener dinero para sostenerse a sí mismas y a sus familias.

Y en mi caso, aunque yo no consumía ni alcohol ni drogas, trataba de disociar mi mente y mi conciencia de las sensaciones y dolores de mi propio cuerpo.

También los efectos del alcohol y las drogas provocaban múltiples lesiones o fracturas entre las chicas que bailaban pole dance sobre el escenario de shows. En una ocasión, quizás de las que más me siguen doliendo, tuve que defender a una compañera que se encontraba inconsciente producto de la ingesta de estas sustancias, porque estaba siendo violada por uno de los consumidores en un sofá poco iluminado del prostíbulo


¿Cómo le explicas al otro día a esa mujer que tiene que hacerse un chequeo médico porque un tipo desconocido, al que nadie detuvo, denunció, ni entregó a la policía, la violó mientras estaba alcoholizada e inconsciente?


Muchas de las mujeres y trans que se prostituían conmigo, eran chilenas de otras regiones del país o migrantes que venían a Chile a juntar plata para enviar a sus familias pobres. Con la excusa de ayudarnos a ‘ahorrar’, los dueños y administradores de los prostíbulos nos convencían de irnos a vivir a las casas u hoteles de los que eran dueños en alguna parte de los centros de esas ciudades. Durante la estadía en estas casas, ni chilenas ni migrantes pagábamos arriendo.

A cambio, los proxenetas podían controlar que sólo nos prostituyéramos para sus redes y no otras. Ofrecernos alojamiento era además, una forma de garantizar nuestra asistencia diaria al prostíbulo, porque desde esas casas y hoteles los furgones de las redes proxenetas nos trasladaban de ida y vuelta cada tarde y cada madrugada.

Nuestras entradas y salidas de esas casas y hoteles estaban controladas por dos o más cuidadores de las redes, a quiénes teníamos que justificar inclusive ir a una farmacia, hacer las compras del almuerzo o ir al médico.


Lo que para algunos es un problema de patriotismo cuando llegan las olas de migrantes a Chile; para mí y otras mujeres prostituidas era la igualdad en la miseria y la explotación.


Dentro de los prostíbulos y casas u hoteles de residencia, veía todas las semanas mujeres sufriendo crisis de pánico; tratando de suicidarse en los baños y habitaciones; y convulsionar o quedar inconscientes por la droga que los ‘clientes’ o los proxenetas les
hacían consumir.

Aunque parezca extraño, son muy comunes los consumidores de prostitución que pagan para ir al ‘privado’ no para tener sexo, sino que para que una prostituta los acompañen a consumir marihuana, cocaína, heroína, y otras drogas.

Las mujeres que nos negábamos a consumir drogas éramos permanentemente acosadas o multadas con el pago semanal.


Afuera, quienes logramos sobrevivir a estas redes de trata, tenemos que atravesar momentos muy duros desde el punto de vista de la salud mental. En mi caso, sólo pude salir de una profunda depresión gracias a tratamientos psiquiátricos y psicoanalíticos recibidos en los hospitales públicos en Argentina.

Pero conocí a mujeres que luego de abandonar el prostíbulo, terminaron internadas en psiquiátricos por intentos de suicidios o episodios psicóticos; viviendo en la calle; o internadas en rehabilitación por consumo de alcohol y drogas. El estrés post traumático de las mujeres que hemos sido prostitutas, leí, es comparado por psiquiatras y psicólogos con el que atraviesan los veteranos de guerra.

«Pero conocí a mujeres que luego de abandonar el prostíbulo, terminaron internadas en psiquiátricos por intentos de suicidios o episodios psicóticos; viviendo en la calle; o internadas en rehabilitación por consumo de alcohol y drogas.»


Una mente atormentada a veces busca hasta el más miserable hálito de consuelo para acallar sus dolores. Ahí dentro, siempre deambulaba el triste consuelo de que habían mujeres prostituidas que corrían peor suerte que nosotras: las prostitutas callejeras y las mujeres que eran secuestradas en alguna calle oscura a la salida de sus escuelas o trabajos; esas que acababan amarradas a una cama en algún departamento o casa de seguridad de las redes de trata. A ellas, se contaba, las forzaban a drogarse las 24 horas.


Eran violadas por decenas de hombres día y noche, y cuando dejaban de ser rentables para los proxenetas, las metían desnudas en una bolsa de basura, y sus cuerpos muertos, tiesos y fríos, eran lanzados a un basural. A un terreno baldío o un río o la falda de un cerro que nadie pisará durante meses o quizá nunca.

Acabé en un prostíbulo porque estos miembros del GAP, falsos militantes de las causas obreras, me manipulaban y obligaban a prostituirme; pero el régimen social de desempleo, precarización laboral, pobreza y déficit habitacional del Estado de Chile tampoco me ofreció una alternativa adónde poder ir.

No me la ofreció porque no la tiene ni es parte de su objetivo político garantizársela a ninguna mujer. Este imperio de sometimiento y explotación sexual con mercado financiero propio se levanta sobre la desesperación y angustia que produce la miseria social que vivimos millones de mujeres y trans.


Ahí adentro, en esos recintos con espejos gigantes y luces rojas, los proxenetas no nos explotaban para quedarse con las mercancía que producía nuestra fuerza de trabajo. Ahí adentro, en las habitaciones frías con puertas que sólo se abren por fuera, yo, mi cuerpo, mi sexualidad, mis genitales y mi voz eran la mercancía.

Yo, Javiera, de piel pálida y pelo largo oscuro; de 50 kg de masa corporal y un metro y medio de estatura, era la mercancía. Logré arrancar y sobrevivir. Pero hace unas semanas supe que estos miembros del GAP han captado a otras chicas; y que

Pavez se ha inscrito en distintas universidades públicas en Argentina para captar a estudiantes y traerlas a Chile a prostituirse.

Esto último ocurrió en la Universidad Nacional de La Plata; la Universidad Nacional de Córdoba; la Universidad Nacional Tecnológica; y la Universidad Tres de Febrero. Su paso por estas universidades lo puede corroborar cualquier persona ingresando el nombre completo de Pavez en un buscador de internet. Denuncio también que durante el 2014, siendo dirigente de asambleas populares en Santiago, agentes encapuchados y armados me secuestraron en la comuna de Independencia. Me subieron al interior de una furgoneta blanca para amenazarme por mi actividad política en las poblaciones de la ciudad. Me golpearon y me abusaron sexualmente con armas. Y dentro de los tormentos que me infligieron, estos agentes se jactaron de saber que yo era prostituida por estos miembros del GAP.

Repudio absoluta y rabiosamente el intento de estos miembros del GAP de pervertir los objetivos y métodos históricos de las organizaciones y partidos obreros y socialistas,

y la utilización de sus miembros mujeres para fines como la prostitución y la trata. Las mujeres y varones socialistas luchamos codo a codo, con camaradería y desde hace más de un siglo, por todas las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras incluyendo la lucha contra el yugo de la prostitución y la trata.


Por mí; por las mujeres, trans, niños y niñas sometidos a los tormentos de la prostitución y la trata; por las que sobrevivieron; por las que están en la calle o en rehabilitación; por las que murieron; por las familias que aún buscan a sus hijas, hermanas y nietas; por quienes aún buscan a sus amigas, exijo: primero, que el Fiscal Nacional del Ministerio Público, Jorge Abbott, de inmediata designación de Rol Único de Causa para mi denuncia N°20220423663/05207, que he realizado ante la Brigada de Delitos Sexuales de la Policía de Investigaciones; segundo, inmediata designación de fiscal y juzgado a cargo de la causa; y tercero, JUICIO Y CASTIGO A PAVEZ Y CARRASCO, y a todos quienes resulten cómplices intelectuales y materiales de la violencia sexual a la que fui sometida.


No tengo ninguna confianza ni expectativa en que el Estado de Chile lleve adelante una investigación exhaustiva contra Pavez, Carrasco y compañía, así como tampoco tengo ninguna confianza en que lleve adelante un juicio y una condena justa. Por ello, hago un llamado a la solidaridad a todas las activistas y organizaciones del movimiento de mujeres, de DDHH y medios de comunicación a acompañarme en mi exigencia de juicio y castigo. Invito también a todas las posibles víctimas de estos proxenetas a acompañarnos colectivamente en nuestra legítima y necesaria denuncia y exigencia de justicia.

Javiera R. Sarraz, 30 años,
chilena sobreviviente de prostitución
Contacto: sarrazjaviera@gmail.com
Viernes 26 de agosto del 2022

@Javiera_Sarraz

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Entregamos todo nuestro apoyo a Javiera y sus compañeras que se encuentran en la lucha por justicia, La Cimarra en su último nro. dedicado al feminismo abordamos la prostitución desde la mirada de colectivas organizadas y con derechos de protección. Puedes leer en la versión digital o en papel presente en diferentes librerías de Barcelona y Santiago.

Cimarra Feminista

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Revista La Cimarra, difundimos el arte para reivindicar lo que importa

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