¿Cómo es la educación pública en Argentina?

Hace unos días hemos visto que el mundo ha puesto sus ojos en Argentina y la histórica legalización del aborto, un gran golpe feminista para la Argentina y América Latina, marcando un gran ejemplo a seguir, cómo también lo ha sido la educación pública, donde nuestra querida Cata Amaire ha querido hacer doble click entrevistando a Andrea Kain y Rocio Llana, para contrastar la educación pública con la privada, vamos a ver.

La educación pública, en la Argentina, tiene una larga trayectoria.

El primer debate fue en 1884 cuando se promulgó la Ley n° 1420 de Educación común, gratuita y obligatoria. Con ella comenzó el proyecto para un sistema educativo nacional primario.

La Educación gratuita universitaria tardó un poco más, pero, en 1949, bajo el mandato presidencial de Juan Domingo Perón se firma el Decreto N.º 29.337 de Supresión de Aranceles Universitarios.

Este ya había promulgado varias leyes que nacionalizaron secundarios, se creó la diferenciación entre colegios “normales” y “técnicos”, lo que permite acceder a oficios básicos a grandes porcentajes de la población.

            A pesar de las idas y vueltas, las luchas y las dificultades bajo los gobiernos de facto que dificultaron el quehacer en las aulas. La Educación ha logrado avanzar y fortalecerse consiguiendo como sea salir adelante porque “la razón” no es de unos pocos, y que la Sociedad Civil se fortalece cuanto más personas la sostienen en sus mentes.

Por ello, hasta el día de hoy la Historia continúa haciéndose, para que todes les niñes tengan espacios saludables, integrales, por sueldos dignos para los profesores estatales (que todavía está muy lejos de ser de esta manera) y muchos otros items más en situaciones complicadas y extensas.

            Asímismo, en la actualidad, la Educación Estatal es pública y de fácil acceso.

Además, es considerada un bien público, y un derecho esencial de los ciudadanos. Para comprender desde dentro voy a hablar con Andrea Kain y Rocío Llana.

Ambas argentinas y porteñas, con estudios universitarios finalizados, nos cuentan su paso por la Educación, una desde el ámbito público y la otra desde el privado.

CA: Para comenzar, ¿a qué colegio fuiste? ¿dónde queda?

AK: Para comenzar, siempre fui a colegios públicos, tuve mucha buena suerte con el primer colegio público al que fui, que se llama Instituto Felix Fernando Bernasconi, que queda en Parque Patricios.

La cuestión es que es un colegio que es toda una manzana, es un edificio hermoso, que adentro tiene dos piletas, una réplica del Teatro Colón y dos patios enormes.

Fue muy bueno.

Yo vivía a dos cuadras y, por suerte, pude ingresar a ese colegio porque había requisitos, y uno de los requisitos era vivir muy muy cerca. Con ese estuve muy contenta.

Si bien el nivel de Educación no sé si era muy bueno, por ejemplo, yo tenía inglés pero siento que nunca aprendí mucho de inglés. De hecho, me acuerdo que mi prima sí iba a un colegio privado y ella re hablaba inglés y yo como “Hello”, jeje, y nada más.

Después con el resto de los contenidos no puedo darme cuenta del nivel de la calidad. Sí me acuerdo que para el año 2011, más o menos cuando yo tenía 11 años, empezaron a haber muchos paros docentes y estuve varias semanas sin ir al colegio.

Y sí, detectaba algún tipo de desgano de parte de los docentes.

Después con respecto al colegio secundario, mi papá quería que yo vaya a la Escuela Nacional lo cual hubiese sido una buena decisión pero yo les dije que no y no insistieron mucho.

Una vez pasé por San Cristóbal y vi un colegio que era muy lindo, que se llama “Normal 8”. Les dije a mis papás que quería ir allí y ellos no dijeron nada, así que simplemente les dije a mis dos mejores amigas que vayamos estudiar ahí.

Por suerte, nos designaron, a una de mis mejores amigas y a mí, en una misma aula. Pero, en la secundaria, ahí yo ya sentía que iba al colegio y perdía mucho el tiempo. Que los contenidos eran bastante vacíos y que yo podía dar más.

El nivel de exigencia era bajo, lamentablemente.

Pero mis compañeros también solían repetir, o irles bastante mal en los exámenes. Había como un desánimo como retroactivo entre los alumnos y los docentes.

Como que a los alumnos no les interesaba como poder estudiar, y los docentes se frustraban porque siempre tenían que explicar lo mismo.

El nivel socioeconómico de mis compañeros con respecto al Bernasconi, mi primario, era distinto, creo que era un poco más… o sea, creo que eran chicos que tenían un poco más de problemas o, quizás por la edad, estaban más vinculados a las drogas y había otro tipo de intereses dentro de los estudiantes.

También es la adolescencia en la que uno está más en otra, o más rebelde, con respecto a los padres y a las instituciones así que puede ser un poco más complejo para estos asuntos.

Andrea Kain nos habla de la educación pública
Andrea Kain, fotografía de Sella Bugacoff

RL: A lo largo de mi vida fui a siete colegios diferentes, todos en el barrio de Palermo. Hice el nivel inicial en un establecimiento llamado Mi Casita.

Tenía una primaria asociada, Peldaños, a la que fui en primer grado, pero luego cerró. Por eso me trasladé a una escuela antroposófica llamada Juana de Arco.

Tuve bastantes problemas para adaptarme, pero luego estuve muy bien allí. Los cursos eran pequeños, nos contaban muchos cuentos, hacíamos rondas y canciones. Lo recuerdo con mucho cariño.

Cuando llegué a tercer grado, mis padres se pelearon y me enviaron a la primaria del González Petchoche. No me pude adaptar y casi me quedé libre, me inventaba enfermedades para faltar y además no entendía lo que me querían enseñar.

Tampoco pude hacerme amigos allí. Para cuarto grado me cambiaron al Corazón de María, allí terminé séptimo grado.

En la secundaria fui a dos colegios: el New Model (cuya secundaria cerró) y el Divino Corazón, de donde es mi título del secundario.

Fueron todos institutos de gestión privada.

CL: ¿A qué universidad fuiste? ¿qué estudiaste?

AK: Cuando llegué al final del secundario, por una decisión personal que yo sentía que era muy distinta a la de mis compañeros, yo sí tenía ganas de estudiar una carrera. De hecho, el gimnasio del secundario quedaba a la vuelta de la Facultad de Psicología, y yo me acuerdo que miraba a los estudiantes de psicología salir y decía:

“¡Ay! Son tan intelectuales. y cómo se visten. La verdad me gustaría poder estar ahí”.

No sé porqué me llamaban la atención, no sé por qué intuí que iba a estar interesante estudiar en la UBA pero que quizás me iba a costar.

Misteriosamente, ya lo intuía. Yo le había propuesto a mi mamá hacer un curso de psicología, una especie de analizar partes biológicas de los seres humanos para ver como están las células, exámenes de laboratorio, como que me parecía una salida laboral.

Y esto quedaba en Saavedra y yo estaba en Parque Patricios. Así que, hice la prueba, la pague; pero la verdad es que nunca fui a buscar el resultado de esa prueba porque me dije que la verdad no me interesaba.

Entonces, lo que hice fue irme a anotar en el CBC de la UBA. Mi mamá me preguntaba:  “¿Por qué no estudiás algo que se relacione con la medicina? Eso sí va a dar plata”.

Yo ya sentía que mis capacidades y mis herramientas, las que había adquirido en los colegios, no daban para ser médica. Así que leí todo, y me dije que me iba a anotar a fonoaudiología.

Dos años tarde haciendo el CBC, el tema es que cuando me anoté para Fonoaudiología y vi que Química me costaba tanto y que Biología también me costaba tanto, que eran como dos cosas que yo no podía. O sea, realmente no podía.

No podía estudiarlas, no podía entenderlas, o sea, las estudiaba pero no llegaba a entenderlas, me resultaban demasiado demasiado complejas. Así que bueno le dije a mi mama: “Che, voy a estudiar psicología porque yo tanto no puedo”.

Hice un semestre de psicología por más que sea una materia que tuve que recursar tres veces, pero después me di cuenta que no sé si iba a estar tan a gusto con la producción de ser psicóloga.

Además yo me psicoanalizaba y me daba cuenta que es estar en un espacio cerrado y escuchando las peores cosas de las personas y pensé que me gustaría trabajar en algo más social que se pueda compartir un poco más con la gente.

Así que terminé estudiando Ciencias de la Comunicación.

RL: Con la universidad tuve menos problemas. Fui a la Universidad del Salvador y estudié Letras. Una vez que me recibí comencé a cursar el Ciclo Pedagógico, también allí.

CA: ¿De qué trabajan tus padres?

AK: Mi papá trabajaba en la Marina Mercante como mozo. Él se iba unos cuántos meses a viajar con el barco.

Después, vino la crisis del 2001, mis papás no sé bien porqué se endeudaron y vendieron el departamento. Mi papá se compró un taxi para poder trabajar, la cuestión es que él ya, en los ‘90, se había quedado sin laburo, cuando cerró lo de la Marina Mercante por unas políticas neoliberales de Menem que pidió retiro voluntario ya que había vendido esas empresas (además de otras empresas, muchísima gente se quedo sin laburo).

Y, bueno, tuvieron que encontrar otras cosas. Mi papá había optado por ser taxista como para sentirse independiente pero bueno nada, la cuestión es que no era un laburo que le generará muchos ingresos. Además, siempre se le rompía el taxi. Además, alquilaba el taxi. Salvo después, cuando vendimos la casa, ahí se compró el taxi. Después enfermó… y bueno, se murió.

Mi mamá siempre venía trabajando en trabajos en negro. Ella es brasilera, obviamente, le costaba.

Recuerdo que, migraba mucho de distintos trabajos. Hasta que logró establecerse en uno, después de la muerte de mi papá. Y es un trabajo que es donde actualmente trabaja, que es de vendedora en una tienda de electrodomésticos. Donde trabaja muchísimas horas y el sueldo es bastante mínimo.

En el período en el que falleció mi papá, me faltaba un año para que yo terminase las clases de la secundario pero igual todo el año que mi papá estuvo enfermo fue un año que yo en el colegio no asistí.

Estaba desganada. Aunque sabía que teníamos problemas económicos, no trabajaba, más bien intentaba no generar gastos, como con unas clases de inglés que tomaba, dejé de ir porque me di cuenta que era caro.

RL: Los dos son psicólogos.

CA: ¿Tuviste que trabajar durante tu período estudiantil?

AK: Me acuerdo que una vez mi mamá tenía un único jean para ir a trabajar y se le rompió entre las piernas. Se puso re mal, casi rompe algo.

Así que me dije: “¡Uy! Esta situación en la que yo sin trabajo no va a poder ser, no va a poder seguir porque no quiero que una persona se estrese tanto, si yo la pueda ayudar”.

Así, en mi primer año de CBC, a mitad de año conseguí un trabajo en un Call Center. Eran cinco días a la semana, creo que siete horas en el cual yo escuchaba un texto y tenía que transcribirlos. Ahí trabajé dos años y medio.

Tuve que trabajar en todo el periodo que estudie. Tuve mil trabajos distintos, desde los 19 años que trabajo. Trabajé en un Call center. Después, trabajé mucho en restaurantes. Estuve en un restaurante trabajando dos años y medio como recepcionista.

También trabajé como redactora para un medio digital. Trabajé animando fiestas infantiles. Trabajé en Starbucks por un año entero, esa fue una experiencia ambigua, por un lado, fue muy buena porque el target de chicos que contratan era muy parecido a mi target.

O sea, eran estudiantes universitarios, “blanquitos”, “bonitos”, jovencitos, jovencitas, y amables. Por el otro, era muy exigente el lugar, era un trabajo en el que tenías que estar trabajando absolutamente todo el tiempo y no tenías sillas y estaba todo muy cronometrado. Incluso el horario de entrada y el horario de salida.

Después también trabajaba como camarera, había encontrado un lugar que trabajaba para eventos capaz que era ir a un casamiento en el cual pasaba algo así como 10/14 horas trabajando, lo cual era súper agotador pero era una buena plata que me servía a mí para tirar unas dos semanas.

Después trabajé como volantera un montón, que estaba bueno porque salía a caminar.

O sea, como que siempre siempre estaba haciendo una changa.

Para escribir un cuento, una vez me contrataron para eso. O sea, siempre siempre siempre estaba en búsqueda de changas, o haciendo algo o trabajando.

Para pagarme los apuntes yo no le pedía la plata a mi mamá, sino que yo misma me la generaba y me compraba los apuntes. Lo mismo con los viajes, no le pedía plata a mi mamá para los viajes.

RL: No “tuve” que trabajar, sino que decidí hacerlo. A los 19, empecé a dar clases particulares por mi barrio, luego empecé a trabajar para un Instituto. A los 20, comencé a hacer suplencias; la primera fue en el Divino Corazón. Luego, todos los colegios donde trabajé de profesora fueron de Provincia: en Castelar e Ituzaingó.

Hoy trabajo en dos escuelas: en una de Avellaneda y en otra de Capital.

CA: ¿Cómo ves la competencia, la equidad y la exigencia dentro de la educación?

AK: Con respecto a cómo veía la competencia, la equidad y la exigencia dentro de la educación, me pasaba que cuando estaba en el CBC, tenía Química. Me acuerdo que me costaba muchísimo. Se me había acercado una piba que era re simpática, pero me re hablaba en la clase, y me hablaba, hablaba, hablaba.

Ella me había dicho que había estudiado en el Nacional y, cuando le daban los contenidos, a ella le resultaban re fáciles y, a mí, me costaba muchísimo seguirle el hilo, era chino para mí y eso que yo siempre fui de sentarme adelante y de tratar de prestar atención e intentar penetrar en la clase.

Pero, con esto era como que trataba de compenetrarme pero, cuando tenía que responder los ejercicios, no podía.

Muy abstracto, para mí, todo eso. Me preocupe, y me preocupe tanto que le dije a mi psicóloga, jeje.

Más allá de eso, directamente abandoné ese cuatrimestre de Química porque era muchísimo más difícil que la secundaria. Yo no me había dado cuenta que era tan difícil la comparación con la secundaria. No me imaginé que iba a ser así de difícil.

Eso, veía a mi compañera que había venido del Colegio Secundario Nacional. Ella era re capa y no tenía que prestar atención pero yo tipo tuve que básicamente abandonar Química porque no entendía.

Y las exigencias, por ejemplo, si yo comparo la exigencia de mi Colegio con la Universidad es exponencialmente superior a la exigencia de la Facultad.

Un nivel tan grande que tuve que recursar tres veces Psicología del CBC. La verdad no sé qué pasó en mí que continué. Hace poco, mi mamá me confesó que ella veía que me estaba costando mucho y que, si yo volvía a hacer un año más del CBC, me iba a decir que me dedique a otra cosa.

Así que estuve al borde de dejar de tener apoyo de parte de mi familia.

RL: Si bien a veces se cree que, como la educación en nuestro país es gratuita, todos tienen las mismas oportunidades, esto es falso.

Por ejemplo, los alumnos y los docentes de escuelas públicas reciben una netbook; muchas veces los de las privadas apenas tienen dinero como para pagar la cuota (que tampoco es tan cara).

Creo que esto debería ser considerado por los gobiernos, ya que vincula educación pública con pobreza, cuando esto no es así y cualquier docente que haya trabajado en colegios de bajos recursos lo sabe.

Actualmente se quiere avanzar hacia una educación más inclusiva y para ello se propone la creación y la gestión de aulas heterogéneas, pero el concepto está mal entendido; la mayoría cree que se trata de hacer una actividad diferente para cada estudiante.

En realidad, se trata de dar muchas opciones, de habilitar otras posibilidades (inteligencias múltiples), de aprovechar los talentos de todos los estudiantes.

Es una posición que consiste en ver lo que sí puede hacer un estudiante, no lo que no puede. Por eso se suele decir que las escuelas actuales están hechas para poner en evidencia la falta y no las habilidades.

En este sentido, es un gran problema asociar la exigencia con la calidad educativa. Se piensa que un colegio “difícil” es un buen colegio, cuando en realidad eso puede ser síntoma de que se está yendo por el lado incorrecto, ya que si muchos alumnos desaprueban, es porque en realidad el problema está en cómo se enseña y se evalúa.

Una escuela competente, desde mi punto de vista, es una escuela que puede apreciar y valorar la diversidad, desde este enfoque.

En este tránsito hacia un paradigma más inclusivo, hay escuelas y escuelas. Existen instituciones de gestión pública y privada que avanzaron hacia este punto, y otras que aún con todos los recursos no pudieron ni siquiera dar un primer paso.

Creo que las aulas heterogéneas son la única manera de asegurar una educación equitativa. Por ejemplo, en este contexto de pandemia, una buena práctica sería determinar los recursos con los que cuenta el alumnado.

A raíz de ello, facilitar un aprendizaje que tenga en cuenta la situación de cada uno. Por ejemplo: con los algunos, hacer encuentros por plataformas de videoconferencias y subir trabajos a una plataforma educativa; con otros, dejar un cuadernillo de actividades en papel, hacer un grupo de WhatsApp y realizar videollamadas (por ejemplo).

Por supuesto que esto implica más trabajo para los docentes, pero creo que aseguraría que nadie se quede afuera.

De todos modos, yo soy una afortunada. Soy licenciada en Letras y profesora, además estudio Counseling y este año cursé dos diplomaturas referidas a la educación.

Me la paso leyendo sobre educación, asisto a webinars sobre el tema. Eso es porque no tengo hijos, soy joven, tengo conectividad casi permanente y vivo con mi madre.

Sé que no es la situación de todo el mundo, ni siquiera la de mis alumnos.
Rocio Llana y su experiencia con la educación privada en Argentina
Rocio Llana

CA: ¿Qué características puedes observar de la educación pública o privada? Y ¿qué comparación puedes hacer entre las dos? ¿Cuáles podrías decir que son sus similitudes y diferencias?

AK: En realidad, no soy una experta en educación y solamente asistí a la educación pública.

A grandes rasgos puedo decir que circulan discursos que dicen que la educación de nivel primario y secundario privada es de mejor calidad que los colegios públicos, con excepciones de algunos, como el Pellegrini o Lengüitas Vivas. Sobre todo fuera de CABA.

Y algunos otros dicen que en las universidades privadas, los alumnos pagan por aprobar. En el trasfondo de estos argumentos polarizados, puede que haya un poco de odio.

Entonces entre similitudes podría decir que a veces se hace lo que se puede con lo que se tiene, lo que se cruza y ya.

Supongo que debe pasar eso tanto en instituciones públicas como privadas.

RL: Si bien la educación en Argentina puede ser pública y gratuita (de hecho, la secundaria es obligatoria), no todos pueden acceder a ella.

Si mis padres no hubieran tenido los medios para enviarme a instituciones privadas, no sé si yo me hubiera podido adaptar a una escuela pública, ya que era una niña muy rebelde y problemática, a pesar de que no tenía dificultades académicas.

También reconozco que existen varios prejuicios sobre la educación pública; hasta nuestros gobernantes los tienen y los fomentan.

No conozco cómo funcionan la primaria y la secundaria estatales, pero una colega que aprecio mucho (profesora de Matemática) trabaja en el ámbito público y dice que tiene más calidad que la privada.

Confío en su criterio.

Otra crítica importante que se le suele hacer al sector público es su excesiva politización. Una vez tuve un alumno particular de escuela pública que me confesó que no había “aprendido nada” en todo el año porque su maestra le hablaba del aborto, pero no creo que sea la regla.

Tampoco sé si confiar en los dichos de este niño, porque a veces los estudiantes le echan la culpa a los docentes de sus propios problemas.

Los defectos de la escuela privada son otros: más que nada, a veces parece estar desconectada de las realidades sociales y de las ideas que circulan por fuera, sobre todo si se trata de instituciones muy ortodoxas.

Por suerte no es el caso de ninguna de las dos instituciones donde actualmente trabajo.

En cuanto al acceso, yo creo que depende del capital cultural que tenga el estudiante, también de la situación de su hogar.

Creo que es un problema que depende más de la formación docente y de los recursos que se utilizan. Hay muchos colegios privados a los que les faltan medios para costear, por ejemplo, bibliotecas o computadoras, ni hablar de proyectores en todas las aulas.

Las carencias, en este país, atraviesan todos los sectores.

Solo muy pocos privilegiados tienen acceso a una educación en la que se incorporan las tecnologías desde los primeros niveles, por ejemplo. Los chicos de hoy saben usar las redes sociales, las aplicaciones y los juegos, pero muchos ignoran totalmente el uso de herramientas básicas, como Word o Google Docs.

Ni hablemos de Excel o Access. Pero nuevamente, eso no tiene relación con el sector público o privado, sino con los recursos que se le destinan a la educación en cada región.

CA: ¿Cómo ha sido tu relación con tus profesores escolares y universitarios?

AK: La relación con mis profesores escolares fue linda. Las docentes veían en mí una persona adorable. Además, en el secundario, pasó lo de mi papá: la docente de Psicología me preguntaba cómo estaba o la de Química también.

Tenían un trato bastante especial conmigo. Eran la verdad que muy amorosas.

En la facultad me pasó que los profesores me resultaron increíbles. La inteligencia, el humor, al presentar los conceptos, la mala onda, a veces, con las que nos trataban. Una mala onda muy inteligente. Todo muy vinculado al humor negro.

La verdad que eso también hizo que me enamorara de la Educación pública, porque sentía que estaba en contacto con gente que realmente era inteligente, a diferencia de lo que era mi grupo social, a diferencia de mis colegios primarios y secundarios.

Me pareció que fue muy buena.

La verdad somos muchos los alumnos por clase. Uno cree que es amigo del docente porque lo ve, pero el docente no es tu amigo; porque uno no llega a tener un vínculo muy cercano, más allá del de docente y estudiante, pero si tuve… siento que todos mis docentes han dejado marcas en mí que aprecio mucho y que han cambiado mis perspectivas de ver la humanidad.

Ellos aportaron a que yo sienta que haber estudiado en la Universidad pública haya sido la mejor decisión de mi vida.

RL: Mi relación con todos ellos fue muy buena. Tuve buenos profesores en los dos ámbitos, aunque me acerqué más a los de la Universidad.

En mi carrera, empezamos siendo muchos alumnos, pero al llegar al último año éramos la docente y yo en algunas cátedras. Por eso, siento que mi educación fue muy “personalizada”.

CA: ¿Cómo ha sido tu relación con otres estudiantes?

AK: Mi relación con otros estudiantes es completamente hermosa. Si bien al principio me costó hacerme compañeros, la verdad que a lo largo de todos estos años, logré hacerme conocidos o tener compañeros que me hicieron sentir re bien.

Además siento que se genera una solidaridad que yo nunca había tenido antes. Por ejemplo, a la hora de tener que dar un final o un parcial, sentarte con tu compañero a hablar sobre lo que tenés que pasar, compartirte material, compartirte las preguntas, responderlas por grupos de Whatsapp, darte recomendaciones, todo todo, trabajar en equipo; todo eso me pareció unas actividades tan enriquecedoras que yo jamás hubiese pensado que las podría haber tenido.

Eso también hizo que yo pueda apreciar un poco más a la humanidad.

Me acuerdo que, cuando trabajaba en Starbucks, los supervisores eran personas que capaz que no había estudiado y te hacían hacer cosas que eran tal vez medio tontas.

No trabajaban en favor a solucionar algo en equipo sino que tratan de perjudicarte o ponerte obstáculos.

En la facultad, siempre fue una comunión con mis compañeros muy hermosa y siento que ese tipo de comunión se mantiene pos facultad si trabajas en un ámbito relacionado a lo que estudiaste.

RL: Siempre me costó hacerme amigos en la escuela. De hecho, en mis primeros años de secundaria, no pude formar ningún grupo, no sabía cómo desenvolverme. Fui víctima de bullying, ningún adulto sabía qué hacer conmigo. Tampoco podía defenderme correctamente.

Recién en tercer año, cuando me cambié de colegio, hice amigos. En la universidad, me llevé pocas amistades, pero al menos ya no tenía los problemas de antes.

Tanto en cuarto y quinto año como en la facultad, yo ayudaba a los compañeros que tenían dificultades con las materias. Creo que eso ayudó a que pudiera relacionarme mejor con ellos.

CA: ¿Cómo son tus finales? ¿Cómo funciona la tesis/tesina en tu universidad?

AK: Con respecto a los finales, había muchos finales obligatorios. Sobre todo en aquellas materias que para aprobar tenias que hacer un trabajo práctico y era un solo parcial presencial.

Como siempre, yo estudiaba un montón pero apenas llegaba a aprobar. El 40% de los finales que no eran obligatorios, me las llevé igual a final. La verdad es terrible la época de finales.

Es gracioso caminar por la facultad durante la época de los finales, están todos los alumnos en el piso, leyendo y releyendo. Parece que están rezándole a la Biblia.

Tuve finales que me fue muy bien. Tuve finales que repetí y que me fue muy mal. Tuve finales que pensé que estaba bien preparada y mis docentes me dijeron que estaba flojo.

Tuve un final que fui que había estudiado un montón y cuando quería pronunciar palabras a mi profesor, no me salía la voz. Los finales y yo tenemos una relación complicada.

Con la tesina que la estoy desarrollando ahora, la verdad que es otro tema que me gustaría desarrollar mejor… porque aprendí muchísimo a cómo desarrollar una tesina.

Si bien yo había leído el libro de Umberto Eco de cómo escribir una tesis (ese libro funciona bastante bien), una cosa es el mapa y otra es el territorio, según un autor.

Aprendí que lo que escribís en el marco teórico lo vas a usar en el análisis, lo que escribir en el estado de cuestión, lo vas a usar. Entendí que las referencias que uno hace las tiene que hacer sí o sí, no son para el lector, sino que es un servicio para uno mismo porque, cuando las retomas para ver si lo que escribiste está bien o mal, capaz no sabes en qué página estaba lo que citaste y te queres matar.

Hay un montón de cosas sobre la tesina.

O sea, en las tesinas, tenés un tutor; terminás la carrera y te dicen: “Conseguite un tutor”.

Lo conseguí y por suerte es un docente que aprecio mucho. Pero pensé que yo iba a ir escribiendo y él iba a ir revisándola en Drive. Casi haciéndola en conjunto. La verdad que no, él puede hacer de guía. Cuando yo tengo una duda se la puedo hacer a él, pero él con suerte te lee el final y te dice si está aprobada o no. Nada más.

Es un tutor, se debería llamarse guía, porque tutor me suena a algo más. La verdad que todos sus aportes fueron estructurantes para mi tesina. Igual es un montón lo que hizo.

Andrea Kain nos habla sobre su experiencia en la educación pública en Argentina
Andrea Kain

RL: Mis finales eran orales. Obviamente uno tenía que haber leído todas las obras del programa, incluyendo la bibliografía crítica. Los profesores en general pedían que se preparara un tema, que tenía que ser original (es decir, pensado por uno mismo y no visto en la materia) y sustentado por papers o libros teóricos.

Luego de esa exposición de 15 minutos, solían hacer preguntas sobre el programa. En otras materias, como Gramática o Normativa, había finales escritos.

En mi carrera no había ni tesis ni tesina.

CA: ¿Cómo ha sido tu relación con el contenido y las enseñanzas que te han impartido? ¿Te era fácil conseguir el material de estudio? ¿Crees que te ha sido suficiente para salir al ámbito laboral?

AK: Con respecto a cómo fue la relación con el contenido y las enseñanzas que me han impartido, fueron completamente renovadoras, revolucionarias y estructurantes.

Cambió mi forma de ser y de percibir las cosas de una manera que no hubiese imaginado y que yo no hubiese podido hacer si no hubiese sido a través del estudio.

Creo que me han vuelto una mejor persona, o sea, como que ampliaron tanto mi manera de pensar las cosas que se los agradezco muchísimo. Hay un antes y un después en mi vida.

O sea, he llegado a llorar en la facultad de lo hermoso de los textos que me han compartido, he llegado a sangrar porque me he comido las uñas. He llegado a sentir emociones tan particulares que no hubiese sentido de ninguna otra forma y me hicieron también generar esperanza y amor a la humanidad que quizás de otra forma no hubiese podido.

Además, me siento una persona mucho más fuerte.

El conseguir el material era fácil. Más o menos igual, tenias que sacar las fotocopias.

Por suerte, ellos tenían unidades y las dejaban en lugares. Si era ir y comprarlas en los distintos lados. A veces te digitalizaban textos. La verdad que era muchísima la bibliografía pero no hubo mucho problema con eso.

Para mí, con respecto a “si ha sido suficiente para salir al ámbito laboral”, yo creo que sí y demás. Creo que al menos la UBA no se enfoca en el ámbito laboral.

Ahora que vos quieras aplicar esos conceptos al ámbito laboral, eso ya corre por tu parte. La universidad no es práctica, pero creo que en ellos es otra cosa lo que buscan aportar a la humanidad, aportan realmente te des cuenta del valor de la vida humana y bueno, también, estudio Ciencias Sociales.

RL: En general, no me costó la universidad, porque estudiaba mucho. Aún mientras trabajé, siempre me hice tiempo como para estudiar e ir bien preparada a rendir.

Los materiales solían estar fotocopiados en un quiosco cercano a la facultad donde cursábamos; cuando empecé a trabajar me los pude costear yo.

En cuanto a las obras literarias, yo siempre preferí comprármelas y no sacarlas de la biblioteca universitaria (aunque hubiera tenido esa posibilidad).

Cuando empecé a trabajar, estaba en segundo año de Letras. En cuanto a contenidos, sí; tenía el nivel suficiente como para ser profesora particular e incluso estar frente a un curso.

Ahora bien, no tenía idea de Didáctica y Pedagogía. Intentaba ser amable con los estudiantes y procedía por intuición. Obviamente cometía errores, pero también tenía aciertos. Era ir dando bastonazos de ciego.

Todo se complicó cuando trabajé en una escuela privada de bajos recursos que quedaba en Once. Allí empecé a cuestionarme seriamente la utilidad de estudiar literatura, ya que vi alumnos con problemas familiares, de salud, de comportamiento. Incluso había chicos que le robaban a otros.

Fue como salir del cascarón y ver la realidad. En ese momento, me di cuenta de todo lo que me faltaba, pese a estar en cuarto año de Letras.

Por eso empecé a estudiar Counseling; buscaba tener herramientas para acompañar y orientar a adolescentes que estuvieran pasando por situaciones complejas.

En ese momento, entendí que si uno quiere ser buen docente la formación durará toda la vida. Por más extremo que suene.

CA: Actualmente, ¿a qué te dedicas? ¿dentro de qué ámbito?

AK: Antes quisiera recomendar que es muy importante a medida que uno va a haciendo la carrera conseguir changas vinculadas a la profesión. Eso es fundamental y eso no está bien incentivado al menos desde la Universidad pública.

O sea, no tiene pasantías ni nada al menos no durante el tiempo en el que yo estudiaba, porque ahora vi que van a sacar un par de pasantías.

Actualmente, estoy trabajando en una agencia de marketing político, en la cual, a partir de las repercusiones en las redes sociales, analizo qué dice la gente al rededor de esto, de qué se anuncia.

Al analizar redes sociales, te das cuenta de cómo los medios periodísticos influyen en las audiencias y qué excusas dicen las audiencias al respecto sobre lo que difunde el medio periodístico; y como los políticos, a partir de lo que dice la gente en sus comentarios, retoman esos argumentos.

RL: Actualmente trabajo como docente de secundaria. Soy profesora de Lengua y Literatura en dos instituciones privadas, una de Avellaneda y otra de Capital.

CA: ¿Qué nos puedes decir de la correlación estudio-trabajo?

AK: Con respecto a la correlación trabajo estudio, debería ser mucho más incentivador trabajar en algo que uno estudia y es super fundamental.

Yo re estuve buscando trabajo comparado con la facultad, nunca lo conseguí. Pero es una pata fundamental para entender empíricamente los contenidos teóricos que lees. Es una gran falencia eso. Pero me costaba mucho estudiar y trabajar, creo que muy difícil, o sea, le recomendaría a un joven hacer la carrera lo más rápido posible, mientras no labure, porque es muy difícil.

Me acuerdo que cuando trabajaba en Starbucks veía a los chicos estudiar y era una cosa muy triste y decía: “Yo quiero estar estudiando”. Además de que es agotador físicamente.

A la vez, a veces toca trabajar y estudiar a la par y hay que hacerlo.

Una última cosa que quiero agregar con el mercado laboral y la UBA es que, si bien no te dan las herramientas para que salgas ya al mercado laboral, son herramientas que si uno las puede adquirir.

Como la UBA es hostil, y el neoliberalismo mismo es super hostil, eso es una herramienta que te da, te dice: “Bueno, mirá que esto re difícil, pero después el mundo es re difícil también. Así sentís tanta hostilidad dentro de la facultad, una hostilidad acompañada, ¿no? El mundo también es así.

RL: Creo que, para salir al mundo laboral, lo importante es ir ganando experiencia. La escuela secundaria no prepara a los alumnos para salir a trabajar, y a veces la universidad tampoco.

Hay que seguir formándose siempre y salir a conocer el mundo laboral. Esto es muy lamentable, porque el sistema educativo tiene que poder preparar al estudiante para trabajar de lo que quisiera.

De todos modos, actualmente es más frecuente que las escuelas preparen para el mundo universitario que para un trabajo.

Se vuelve una costumbre que en los quintos años se hagan visitas a diferentes universidades privadas (suelen ser la UCA y la UADE).

Solo una vez en mi vida vi que se preparara a los futuros egresados de secundaria para el mundo laboral; fue en un colegio de Olivos donde trabajé por seis meses.

CA: ¿Crees que te hubiera sido diferente si tu educación hubiese sido en el ámbito privado/público? ¿Estás contenta con tu educación?

AK: Seguramente, hubiera sido diferente, si hubiese estudiado en una universidad privada. La verdad me daban un poco de rechazo y además son carísimas. No podría haberlo hecho. Hay muchos memes que circulan. No soy la única persona que siente rechazo hacia las universidades privadas.

De hecho, a veces, me cuesta confiar en alguien que viene de una universidad privada, más que nada porque ahí sí siento que se focalizan en buscar la plata y en ser empresarios. Después me relaciono con gente de universidades privadas, como con Cata y veo como que sí son inteligentes y que sí les sirvió.

Hay una especie de prejuicio interna de los estudiantes académicos de la UBA sobre el resto. Hay mucho chiste como, por ejemplo, con la UES. Nos damos cuenta que el rango socioeconómico es re distinto. Me han contado anécdotas de que un alumno fue en helicóptero. En la UBA eso no lo ves.

Lo que sí, se ve mucha gente que se pasa muchos años haciendo esta carrera. Pero la UBA es difícil de terminar pero también difícil de abandonar.

Estoy sumamente agradecida con todo lo que aprendí y confío que fue la mejor decisión que he tomado en mi vida y, a la vez, ha hecho que mis círculo social cambie y se amplíe.

Pase de ser una persona cuasi solitaria a poder contactarme con un poco más de gente.

RL: Creo que si hubiera ido a estudiar Letras a Puan todavía estaría estudiando. Pero no lo sé, lo digo de prejuicio.

Veo que en la UBA la formación es más técnica y más enfocada en un área de estudio, mientras que en Letras de la USAL no hay especialización. Uno es licenciado en Letras y ya.

Estoy muy contenta con mi educación, sobre todo porque no terminó. Tengo la intención de hacer alguna maestría en la UBA, en Educación. Y más adelante un doctorado, también en la UBA.

Quisiera que, de hacer una tesis, tuviera una aplicación práctica, real, en la vida cotidiana. Me cansé de los saberes meramente teóricos, pienso que el conocimiento tiene que hacer la diferencia en este mundo.

CA: Por último, ¿te interesa compartirnos una historia/anécdota con respecto a esta temática?

AK: Cuando entré a la facultad me sentía (entre comillas) que era la chica más pobre. Me acuerdo, en el CBC, me había puesto a hablar con dos pibes, bah, me había hecho un grupito ¿viste? Éramos los dos pibes y yo.

Uno de los pibes era como extremadamente cheto, mal. Vivía dentro de un country y, en un momento, me dijo algo así como: “Cheee, vos sos como villera”. Eso me dijo el chico del country y me quedé como ¿what? De hecho, cuando entre al CBC, me dije: “Uy, acá me va a pasar como en la secundaria, no siento afinidad por nadie”.

Me costaba. Creí que iba a ser una inadaptada también, en el CBC, pero… bueno.

RL: ¡Sí! Cuando terminé quinto año, tuve serias dudas sobre lo que estudiaría más adelante. Una de mis opciones era Derecho, porque hay varios abogados en mi familia. Pero a último momento decidí estudiar Letras.

Mi madre me gritó que me iba a morir de hambre, que era lo peor que podía hacer. Al final, le eché en cara que ella también en su día se la jugó para estudiar lo que ella quería (psicología) cuando esa carrera estaba mal vista socialmente.

Por eso ella acabó por apoyarme, pero me dijo que si estudiaba Letras, tenía que ir a la USAL (a la UCA no, “porque es muy religiosa” según ella) y tenía que recibirme según lo estipulaba el plan de estudios. No quiso que fuera a Puan “porque hay droga” y porque “la gente no se recibe más” allá. Además, “el CBC me iba a hacer perder el tiempo”.

Acepté el acuerdo y me recibí en cuatro años y nueve meses. Lo gracioso es que hoy estoy de novia con un hombre que estudió Letras en Puan y jamás consumió drogas en su vida, ¡y mi madre lo adora!

Puedes contactar a las entrevistas en:

  • Andrea Kain: kain.andrea@gmail.com
  • Rocio Llana: rociomllana@gmail.com

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Pamela Dall’Ora

    Ruido de aplausos!

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