Cuentos de Pandemia (COVID-19)

Hace una semana dejamos una entrevista a la creadora, gestora cultural y escritora Paulina Correa, ahora nos comparte un relate que nos hará vibrar, pensar en todas esas personas que durante la pandemia dejaron sus casas, con una puerta entreabierta, en esa promesa de volver, muchas nunca volvieron y otras sí, para ellas y ellos va dirigido este homenaje literario, una vez más gracias por compartir estos relatos con nosotros, recuerda que pueden compartir con nosotras sus creaciones literarias, enviándolas a contacto@lacimarra.com


Solo un día

Por Paulina Correa

Estoy con covid, así dice la voz en el teléfono.

La funcionaria está leyendo por enésima vez en el día el protocolo a uno de esos seres anónimos a los que da la noticia, no hay en su voz ninguna inflexión de empatía, no puede, tiene que seguir llamando y seguro tiene una meta, un indicador de minutos por llamada, me hace preguntas, contesto de manera ordenada mientras una punzada se instala en mi espalda para recordarme que esto es más que burocracia, es mi vida.

Estoy sentada en una banca a medio camino de la nada, la llamada llegó cuando iba a buscar alimentos al almacén cercano, en mi mano la bolsa se mantiene apretada, como protegiéndome de caer al vacío, no sé qué hacer, levantarme y hacer la compra sabiendo que expongo a quién se me acerque, volver a casa, mi cabeza hace días marcha lento, la enfermedad se ha instalado afectando mi razonamiento.

Siento pasos, una pareja con un perro avanza por la vereda, guardo el celular, hago un esfuerzo y me levanto, siento mi respiración forzada, un silbido que se vuelve rítmico, cruzo la vereda, en mi mente imagino la estela de gotas que he dejado en la calle, aferrada a un árbol los veo pasar frente a la banca que ocupaba, quiero gritarles que se muevan de ahí, pero mi voz es un manantial de más contagio.

Comienzo a desandar camino, la puntada en la espalda marca el ritmo de mis pasos, desde el semáforo veo la puerta de la farmacia, mis piernas están débiles, no se ve nadie en la entrada, cruzo, me demoro, la luz cambia mientras me tambaleo hasta llegar al otro lado, el sudor me corre por la frente, mi ropa está humedecida y el frío de la calle me hiela las mejillas.

Frente a la puerta dudo, el gesto de estirar la mano se me hace eterno, en el cristal veo mi reflejo, el rostro descompensado, la mascarilla, el pelo pegado al cráneo, trato de secar mi rostro, de parecer normal, me aterra que me expulsen sin venderme, entro, solo está la vendedora.

Las repisas me parecen confusas, nada de lo que ahí veo tiene ahora sentido, camino despacio, me sujeto de un anaquel, logro llegar al mesón, la mujer está con dos máscaras y guantes, alcanzó a pedir pero ella ya comprendió, sin más me pone delante el máximo que me puede vender de cada medicamento, modula alto detrás de la mascarilla, me indica las dosis, me dice qué debo hacer, me muestra dónde debo poner mi tarjeta, un bip, mi mano enguantada recoge la bolsa, juraría que ella me da una sonrisa, lo veo en sus ojos, ruego no haberla contagiado y parto, lento como llegué.

La calle está helada, siento una tercianas que recorren mi cuerpo, minutos eternos hasta llegar a la reja, el conserje abre desde su cabina, procuro disimular, pero no es necesario el hombre está concentrado en su celular.

El silbido sale de mi garganta ahora como un aullido animal, el sudor me inunda las sienes, el metal de las paredes del ascensor es refrescante, está manchado con desinfectante, ese que yo estoy mancillando con mi presencia, hace días sentía el hedor del amonio, ahora no huelo nada, es como empezar a partir, ya no siento sabores ni olores.

Cruzo el pasillo hacia mi puerta tambaleándome, un último esfuerzo, la llave resbala de mi mano, el guante hace difícil que la recupere, me agacho y la espalda me duele como una costra gigante que se tensa.

Entro, el vacío y el silencio, en el fondo, en su pieza, mi hija, el ronquido de su pecho, las ojeras, la fiebre, tomo el paracetamol y un poco de jarabe, me acerco y logro que trague las pastillas, el oxímetro marca 91, es joven lo va a lograr, lo pienso mientras un temblor se instala en mis piernas, me siento a su lado, por un segundo mi cuerpo se va perdiendo en el sueño, pero recuerdo y despierto, le tomo la temperatura, va bajando, va a mejorar, eso me digo, me prometo, ella despierta y habla, está mejor, me quedo ahí sentada, no me quiero mover, las bolsas de farmacia a mis pies, no puedo moverme, el sillón me acoge, quizás dormir, quizás.

Un fuerte temblor en mi cuerpo me despierta, por la ventana se ve caer el sol, me siento culpable, me he quedado ahí dormida, prendo la luz de la lámpara, mi hija está tranquila, toco su frente, está fresca, pasa, está pasando.

Me afirmo del muro, me levanto, en el baño cada movimiento es un paso eterno, el camino a mi cama es penoso, la almohada se hunde, mi mano apreta la colcha, tomo otra dosis de paracetamol, me duele el cuerpo, siento que cada músculo se parte, mis ojos rechazan la luz, a penas logro taparme, temo no poder volver a levantarme, pero sé que debo  controlarla a ella.

El celular está helado y pesa, en un movimiento lento marco la clave, el aparato ya no reconoce mi rostro, dudo, pero busco tu nombre, en la foto sonríes, tus ojos alegres, recuerdo la calidez de tu voz, me pierdo en recuerdos, en abrazos, en sentimientos, lloro lentamente, las lágrimas se escurren por mi cabeza y refrescan mi cuello, el aire me falta, pronuncio su nombre, es solo un murmullo, pero es un mantra, lo repito, apreto la tecla, el celular marca sin respuesta .

Olvido mis responsabilidades, mi hija en la habitación, quiero pedir socorro, quiero salvarme, marco de nuevo. Recuerdo tu abrazo, nuestra vida postergada siempre para mañana, para ese día en que no haya deberes que cumplir, ese momento justo que no llega, que ahora no llegará. El celular resbala de mi mano, la punzada en mi espalda es aguda, la tos me hace doblarme, ya no pienso.

La habitación está a oscuras, han pasado horas, logro alzar mi cuerpo, paso minutos sentada al borde de mi cama, me concentro, logro prender la luz, el celular está en el piso, si me agacho puedo caer, siento que mi cuerpo es de plomo, aferrada al muro llego a la habitación de mi hija, se ve bien, va a cumplir dieciocho, se ve hermosa, se ve en paz, la toco ya no hay fiebre, sonrío, ella despierta, me pide agua, su voz es clara, lo logramos.

Me siento a su lado, descanso, siento alivio, ella toma mi mano, me pone el oximetro, 88, se asusta, me abraza, su gesto es débil, no tiene aún fuerza, me toma la temperatura, me dejo, me quedo ahí, tomo más medicamentos, nos quedamos en silencio, solo el sonido de mi pecho rompe la calma.

Me adormezco, siento que me hundo en el sopor, el sillón es blando, estoy bien ahí, a lo lejos siento la suave voz de mi hija.

Sueño, es febril, siento mis labios resecos, mis dedos están azulosos, en mis delirios tú estás conmigo, algo helado me refresca la espalda, siento tu voz y tus manos grandes estrechan la mía, y ya estamos juntos, un sonido seco, metálico, abro los ojos y no es un sueño, viniste a buscarme, me estás poniendo en la camilla, en el rincón mi hija está de pie, está bien, se queda ahí mirándome, tú la tranquilizas y detrás de la mascarilla sé que me sonríes, los paramédicos me llevan, tú los trajiste, tú viniste por mí, tú entendiste el llamado, me ponen oxigeno, no logran espantarte y bajas con nosotros en el ascensor, la camilla pasa el hall, la gente se esconde, el conserje sigue agachado en su celular, tú me gritas cosas hermosas, no te dejan seguir conmigo al subir a la ambulancia, en el último segundo con toda mi fuerza alcanzo a decirte que te amo, así de verdad, así sin más excusas, sé que lo voy a lograr, no habrás venido en vano, voy a volver, el paramédico cierra la puerta, estoy en marcha, mi pecho pesa, siento que debo volver, que te lo debo, nos lo debo, esa vida que no alcance a vivir, cierro los ojos, veo los tuyos, la calma , la calma, eso de a poco, el ritmo baja, por la cánula el oxígeno va entrando, la mano enguantada en mi mano, es la tuya, siempre será la tuya, sé que me esperas ahí en la vereda, queda tanto que hacer, no, no voy a llorar, no voy a forzar el corazón, vamos, vamos, tengo que vivir.

Ilustración por Coco Millar al cuento Solo un día de la poeta y escritora Paulina Correa
Ilustación por @CocoMillar

lacimarra

Revista La Cimarra, difundimos el arte para reivindicar lo que importa

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Adriana Ducos Sánchez

    Terrible y muy bueno tu cuento ,querida Paulina…Creo que representa lo que miles o millones de habitantes de este mundo han sentido al ser contagiados con el bicho maldito ….¡¡¡Felicitaciones !!! Pero lo venceremos ::::

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.