Historias para contar al oído por Paulina Correa

Paulina Correa es escritora y educadora literaria nos comparte una de sus últimas creaciones.

Una narrativa cargada de cotidiano efímero.

Ese cotidiano que cuesta, pero que al mismo tiempo nos hace sentir con los pies sobre la tierra, aunque el mundo de las ideas no suelte nuestra cabeza.

A veces la pregunta ¿Porqué no me puedo dormir? termina por llevarnos a eternos laberintos junto la almohada.

Y le damos vueltas y más vueltas, bueno…

Aquí a continuación compartimos lo que Paulina nos tiene para contar:

Mucho poder recibir Conexión

No quiero dejar a mi gato, hemos construido una relación, una rutina, afectos, no lo voy a dejar.

Llámame Doris, ayer descubrí ese nombre, suena a serie americana, a pin up, a fantasía, hoy me llamaré así.

Debo volver al edificio donde trabajaba, antes de esta película de zombies.

La calle vacía, el frontis lleno de latas que cubren las puertas de vidrio, el camino tipo mago de Oz, guiado por una línea amarilla, hace paradas en una máquina que toma la temperatura, otra que arroja desinfectante, no hay personas.

Las paredes del ascensor están cubiertas de huellas, gestos desesperados de desinfección, el metal, antes plateado, se llena de arcos opacos de gel.

El ascensor se abre, saco la credencial, la imagen de la foto me resulta ajena, me pregunto porque estaría sonriendo, la acerco, el sonido de apertura queda flotando en el aire.

No hay nadie, entro a mi oficina, mi tazón está ahí sobre la mesa, recuerdo ese día, el último, la prisa por salir.

En un rincón mi ficus, tan delgado, casi sin hojas, voy por agua, nadie en el resto de la planta, el ruido del agua parece expandirse en el aire, vuelvo, pico la tierra, muevo el macetero frente a la ventana, luz, sol, acaricio las hojas, ojalá sobreviva.

Luego el gesto mecánico, el computador montado en segundos, clave, conexión, marcar ingreso, ya estoy en línea, treinta segundos y empieza la reunión, se abre pantalla, como un telón de teatro.

Todos están ahí, se ve por los muros, están en otros pisos, el saludo formal, sin comentarios, nadie alude que estamos de vuelta, o tal vez no lo estamos, se pasa al tema a tratar, eficientes, siempre eficientes.

Me distraigo, la luz del sol llega a las hojas del árbol, un verde enfermizo se trasluce, alguien me habla, me interpela, contesto, estoy bien condicionada, es automático, nadie sabe que estaba escapando por la ventana.

Termina, miro el celular, en pantalla la foto de mi gato, no sonríe, él es así, sin embargo es capaz de mucho.

Esa noche de julio, la oscuridad, el baño, sentía el dolor en la espalda, la cabeza sobre el borde del lavamanos, era evidente, estaba contagiada, más que eso estaba mal.

El frio de la superficie me aliviaba, inmóvil, incapaz de volver a mi cama, los ojos cerrados, el dolor de cabeza, entonces el contacto, su frente pegada a la mía, sus ojos en medio de la oscuridad, ahí junto a mi cabeza, quizás en qué rito animal.

Mi mente vuelve, la voluntad vuelve, logro moverme, él me sigue, se queda en la cama pegado a mí.

Sobre – vivimos, juntos, ahí tras el vidrio, con esa proximidad misteriosa, mágica, pasamos los meses uno junto al otro.

Hoy me vio partir, pasó su cola entre mis piernas y se sentó en el espacio del computador, lo extraño.

Nunca tuve fotos personales en mi escritorio, era mal visto, iba contra la estética sugerida.

Ahora tengo el celular a modo de porta retrato, me levanto le doy más agua al ficus, me quedan siete minutos para la próxima reunión, por la ventana la calle se ve desierta.

El día ha pasado, ya es hora de salida, estoy lista, el pasillo, de improviso una sombra, al final del corredor alguien se mueve, no logro ver quién, me alegro, camino veloz y saludo en voz alta.

Una puerta se cierra de golpe, quedo parada frente ella, me identifico, una voz angustiada me pide que me vaya, que el protocolo indica que no debemos vernos, reconozco quién es, la llamo por su nombre, me dice que no se moverá de ahí hasta que no me vaya.

Me disculpo, doy un saludo formal y le aviso que me quedaré en mi oficina hasta que sienta que ya ha salido del piso, agradece, todo ha vuelto a la norma.

Espero, siento lo pasos y el bip de la puerta, no me asomo, con la luz apagada veo la silueta del ficus.

Entra un mensaje de la empresa a mi celular, es un correo masivo, el mensaje de Comunicaciones corporativas.

  • Sean bienvenidos al primer día de su nueva  vida, de fondo una foto alegre de gente desconocida.

Miro el entorno, abrazo el macetero, inicio el descenso hasta el piso ocho.

Sujeto la puerta de la mampara con una silla, dejo el sobre en el escritorio debido, dentro mi credencial con la foto sonriendo, una carta apropiada y aún formal.

Deshago el camino de Oz, cruzo el umbral, no hay nadie, he salido al mundo.

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